Joaquín V. González y su magnífica personalidad .
Por el Prof.Christian Giovanni Díaz Guía e Investigador del Museo Samay Huasi
El 6 de Marzo de 1863 nacía en Nonogasta el Dr. Joaquín Víctor González,
y como todos los años el Museo Samay Huasi, quiere rendir su consagrado
homenaje a nuestro Ilustre riojano que resplandece hasta la actualidad con una
personalidad tan sobresaliente.
Joaquín Víctor González desarrolló una labor excepcional en libros, periódicos, en la tribuna de los oradores políticos, en la cátedra, en la banca parlamentaria y en todos los medios de difusión del pensamiento, inspirado en su entrañable amor al país y en su culto apasionado por todas las expresiones de la ciencia y la cultura.
Su intensa vida
pública lo presenta como un ejemplo en el perfeccionamiento de las
instituciones republicanas y en la fe del ideario democrático, asentando la
correspondencia de la libertad con el orden y de la justicia con la ley.
Su gran ideal
resplandeció en sus obras otorgándole un sentimiento de concordia, fraternidad
y solidaridad a las naciones del continente.
Desde temprana edad (22 años) en su
original tesis “Estudio sobre
Su vida fue una
alianza entre el pensamiento y la acción; el idealismo y la realidad; la
imaginación y la inteligencia; por lo que pudo llevar a la práctica, con
integridad y honradez, buena parte de sus construcciones jurídicas y
señaladamente sus concepciones pedagógicas. Por sobre los intereses personales
y afinidades partidistas, la amplitud de su criterio y la elevación de miras,
lo llevó a proceder diáfanamente conforme a principios fijos superiores
emanados de su pensamiento claro y de su conciencia limpia.
Dedicó sus mejores afanes a la
creación de
Así comprobamos cómo la vida de Don
Joaquín, como cariñosamente le dijeran sus amigos cercanos, era docencia de
alma, en ejercicio siempre. Su pensamiento constructivo y académico, revela
desde sus primeras expresiones vocación de orden, y pasión por la cultura. Sus
discursos de juvenil gobernador provinciano; sus sabias iniciativas del Consejo
Nacional de Educación; su magistral aptitud expositiva como catedrático
secundario o universitario; la nitidez de sus definiciones de codificador
visionario; su persuasiva voz parlamentaria; su prédica periodística y hasta
las rutas predilectas de su lirismo, transcriben ese impulso educador y
cultural, esa sed de prodigarse en enseñanzas. Pero es desde la ejecutividad
ministerial y desde la presidencia de
Osvaldo Loudet lo describe así: “Lo
que admira y emociona de este hombre es su labor ininterrumpida durante toda su
existencia. Trabajó sin pausa, de la aurora de un día a la aurora del otro, sin
detenerse para mirar lo recorrido y sin que la inteligencia se fatigue, porque
la alimenta un corazón con los fuegos encendidos por nobles pasiones. Todas sus
obras fueron “sus montañas”, desde cuyas alturas su pensamiento conquistó
lejanías pobladas de luces. Todas sus montañas podrían condensarse en una sola:
en la montaña de su sabiduría. La fue elevando, en un esfuerzo titánico, con
rocas graníticas, con piedras preciosas, con facetas multicolores que miraban a
todos los vientos, a todos los soles y a todos los cielos.
Era un hombre de acción y era un poeta; era un realista y un soñador
empedernido, a quien sostenían la voluntad y la paciencia. Lo iluminaban las
ideas y lo alentaban el amor y la simpatía humana”.
Joaquín V. González
escribió en una de sus confidencias: “Yo
no tengo más que ofrecer a la tierra en que he nacido, ni cuento con otro
patrimonio que el rayo de luz intelectual que Dios encendió en mi espíritu; el
culto del deber y de la libertad que mis padres me enseñaron desde la infancia,
y la voluntad más decidida para hacer el mayor bien a mi país, y una fe
profunda en el trabajo honrado e inteligente”.
El Dr. González tenía, como se dijo de Sócrates, la fuerza de privarse
de lo que la mayor parte de los hombres no pueden, ni carecer sin tristeza, ni
poseer sin exceso, como dijera Marco Aurelio. Su desprecio por lo material y lo
terreno lo hicieron vivir en una digna pobreza; la misma pobreza de San Martín
y de Belgrano, de Alberdi y de Sarmiento. Millonario del espíritu, toda su
existencia fue una entrega continuada de sus bienes del alma y del intelecto.
Ricardo Rojas recordaba
que visitándolo en su alcoba de enfermo, ya en sus últimos días y con el
presentimiento de la muerte, le dijo que deseaba ir a Chilecito, pero que lo
embarazaba la pobreza, por no tener dinero para viajar con toda su familia. Y
rodeado de sus libros y papeles le confesó: “es triste morir entre cuatro paredes. Querría ir a Chilecito (a Samay
Huasi) para tirarme bajo un árbol, a morir en la montaña. El alma ha de volar
mejor a su luz, bajo el cielo”. Más que un hijo de la montaña- agrega
Rojas- es Joaquín V. González la personificación de la montaña.
Como hemos comentado,
no tenemos duda de la extraordinaria personalidad que tenía Don Joaquín. Ha
sido y sigue siendo, una de las figuras
más grandes de
Vaya nuestro más sentido homenaje al Dr. Joaquín Víctor
González ya que felices son los pueblos que guardan, en el arcón de los
recuerdos, las más destacadas personalidades, que como Don Joaquín, por medio
de sus libros, supo retemplar las fibras emotivas de infinitos lectores a
través de las generaciones, que por medio de sus enseñanzas, desde su tiempo
hasta el presente, nos incita a la concordia, al reencuentro consigo mismo y a
la meditación sobre lo que hemos sido, lo que somos y lo que deberíamos ser,
siendo ungidos con amor y sabiduría para siempre.-
Joaquín V. González - Croquis de Antonio Alice, su allegado amigo.
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